El trabajo psicoterapéutico con niños tiene unas características especiales que hacen que algunos procedimientos de consulta sean diferentes a los que sigo con adultos, parejas o familias. Estas características tienen que ver con la manera de entender la psicoterapia y los trastornos psicológicos infantiles.
Hace ya un tiempo que, para tener la primera entrevista cuando se trata de niños, pido que vengan los padres o cuidadores solos. Esta forma de actuar tiene su fundamento en la convicción de que la mayor parte de las veces el niño no es el verdadero paciente sino que está llevando a la terapia, en forma de síntoma, el sufrimiento de uno de los padres o de los dos. El síntoma se convierte en un regalo que el niño hace a sus padres y al psicoterapeuta, que habla de malestar y sufrimiento propio y de la familia. El psicoterapeuta que recibe este regalo y lee el síntoma desde esta perspectiva, aporta al dolor un sentido diferente al que tenía antes de la consulta.
El tratamiento se convierte así en el tratamiento de los padres a través del trabajo con las dificultades del niño, que busca la manera de satisfacer sus necesidades haciendo que sus padres reaccionen al malestar. El síntoma tiene así una función de supervivencia “conseguir que papá o mamá estén bien para cuidarme” y también una función en la relación “algo va mal entre nosotros y hace falta explicarlo para que yo pueda crecer en una relación de amor y cuidado”. Los síntomas tienen funciones defensivas, utilidades diversas en la adaptación del niño al medio.
Los recién nacidos comunican sus estados emocionales favoreciendo la interacción en sintonía con la madre y, de esta forma, se construye un vínculo, un apego necesario para el desarrollo del bebé. El síntoma comunica la falta de sintonía y una inseguridad en el apego, manda señales y estímulos a la relación madre/niño para que la situación cambie.
La psicoterapia con niños ofrece a los padres una oportunidad para expresar sus sentimientos y sentirse acogidos con empatía, reconocidos y validados y les acerca a su hijo real reponiendo en el sistema familiar la idea de poderse ocupar de él. La mente humana tiene necesidad de relación con el otro para desarrollarse y reparar y reponer la relación entre los padres y el hijo sintomático es vital para sanar.
“Siempre que se trabaja con un niño, el terapeuta se enfrenta, conjuntamente o por separado, a toda la familia así como a los profesores, entrenadores, mandos de scouts… es decir, a todas las figuras parentales que se presentan de forma variable en las atribuciones, impulsores y mandatos que el niño utiliza en la creación y actuación de las historias y que forman parte integral de su proyecto de vida. En consecuencia, el terapeuta infantil se convierte en testigo del grupo familiar y, a veces, en su «terapeuta» indirecto si con este término nos referimos a «elementos de transformación», (también) a la atención, cuidados y tratamientos. Es un papel muy delicado que de ninguna manera debe invadir o inmiscuirse en una intimidad tan apreciada sino favorecer su correcta evolución y potencial reorganización”.
Dolores Munari Poda “Cada niño es un grupo” en Rivista italiana di analisi transazionale e metodologie psicoterapeutiche, 37 pp. 30-38. 1999.